viernes, 27 de julio de 2012


La estrella de Panamà Junio de 2012.

TESORO EN CALOBRE
Mural de Changmarín oculto en una tienda
ARISTIDES UREÑA RAMOS
Una gran pintura sobre el estilo de vida de los veragüenses de mediados del siglo pasado, firmado por el intelectual Carlos Francisco Changmarín, vive atrapado en la abarrotería Victoria, en Calobre.

EL HOMBRE A CABALLO 

Detrás de la pequeña iglesia del distrito de Calobre, se encuentra un viejo edificio, que ya denota su importancia, debido a sus dos plantas, un señoril balcón, sus amplias ventanas y mastodóntica construcción; lo asombroso es que no es el único que todavía resiste al tiempo. Estos edificios son las huellas de lo que queda de este poblado, que sirvió de enlace entre la montaña y la vida istmeña. Calobre, pueblo enclavado en la cordillera veragüense (de antigua estirpe aristocrática y latifundista española, que dio hombres ilustres a la república panameña, entre esos José Franco), por mucho tiempo aislado, ya que sólo en período estío se lograba llegar por carretera y en avioneta cuando el tiempo clemente lo permitía, pues allí en un edificio que antiguamente fue una cantina y centro de recreación, y que ahora es una abarrotería de chinos, llamada Victoria, encontré lo que buscaba. 

Entré y, a mano derecha, detrás de unos escaparates y luego de haber movido algunos productos de uso doméstico, observé las primeras huellas. Poco a poco, se desveló delante de mí las primeras imagines de una carreta, un hombre a caballo, un nido de avispas (Tuli en lengua indígena), unos árboles, una quebrada y la serranía en el fondo. Es la representación de una escena paisajística, donde la comunidad realizaba sus actividades, mujeres lavando ropa, hombres sobre sus caballos, carretas llenas de productos locales. Estando allí, un anciano que fue testigo ocular de la realización de esta obra me explicó que lo representado por don Chico Changmarín —corroboré que fue el autor de la obra— es la quebrada del pueblo, llamada ‘Baño de los Hombres’, porque, para ese entonces, se estilaba separar la quebrada para que tanto hombres y mujeres (también existió el ‘Baño de las Mujeres’) se asearan en áreas diferentes. 

Me fui de inmediato a ver la quebrada que don Chico había representado en este mural. La encontré intacta en comparación a varios pasajes del mural. En la quebrada está todavía el gran árbol y la laja que la atraviesa. 

La fecha 1961 se deja leer en una esquina de la inmensa pintura. Sólo queda intacta y bien conservada esta pared, las demás alegorías, que se encontraban pintadas en las otras paredes fueron destruidas por una reestructuración; sólo perduran recuerdos orales que indican que allí hubo figuras antropomorfas como tío armadillo y tío burro intentando tocar tambor, negras nalgonas bailando, hombres borrachos abrazados salomando, tío colibrí tomando tragos, recreaciones muy características de la pictórica de Changmarín. 

De vuelta a Florencia, Italia, me perturbaba el corazón. Saber que provengo de un país, donde nos sentimos orgullosos de nuestro pasado, que somos un crisol de razas, de negros, indios y europeos —sin nunca olvidarme de que también tenemos sangre de piratas sin patria, vendidos al mejor comprador—, sólo rezo porque se conserve ésta —como muchas otras obras— para un cercano mañana, debido a que ellas son un testimonio de la gran capacidad inventiva y creativa de todos los panameños, son documentos de la genialidad, de la memoria, donde se cimientan los valores de nuestra idiosincrasia.