El GALLO DE LAS HORAS
Cárcel
de Chitré, febrero 14 de 1969
El
gallo liaba el sesgo de las horas
en
las mariposas de sus alas.
Y
espiaba cada rumbo en las estrellas
para
clamar la fuga con su llama.
Sólo
el rocío de las ciruelas,
y
la araña que tejía su propia niebla,
en los silencios
del árbol deambulaban.
Se
casaba el cocuyo con la sombra;
Iba
ella vestida de luciérnaga.
El
cafetal abrió sus ramas de azahares,
el
grillo y la cigarra, sus poemas.
Únicamente
el gallo sabía rajar el tiempo
Con
picotazos de fuegos de bengala,
Sin
que nadie supiera su arte mágico
que
heredó de viejos gallos,
y
de lunas muy antiguas
y
del viento.
En
su calabazo de misterio
y
las ramas de susto;
de
pronto la almendra desprendida,
y
el murciélago que chupa las guanábanas;
con
el oleaje de las palmas
el
gallo de papel
daba
la hora de los sueños.
Su
trompeta
abría
los ecos de otros árboles,
de
casa en casa
y
huerta en huerta…
como
una melancolía de los siglos
repitiéndose,
de
queja en queja, de la noche.
El
reguero de gallos diluidos
uno
a uno, en las distancias.
Luego
la espesa copa del caoba
y
del cedro, las fábricas de sombras,
y
el tamarindo donde la luna en mengua,
hipócrita
ocultaba su embarazo,
y
el llano,
y
los caminos,
y
el silencio.
A
las cuatro y media despertará la gente
Cogiendo
la madrugada en los sombreros.
A
las cinco,
ya
el pan viene en la brisa,
y
el amor de las brasas el café
sabe
de la marmita hasta la sala.
Dos
y tres campanas
tiemblan
en la calle.
Y
sólo el gallo
Conoce
los minutos de las cosas,
y
sabe por qué se canta a cada hora
y
tras degollada a la mañana
toda
sangrante y rota con su pico,
llena
de plumas de rubí y de limones
y
puntas de diamantes y de espuelas.