A Faustina Marín (mi madre, 1995)
Era del campo y lucía
Faustina tierna
paloma;
su canto de loma en loma
cada mañana subía.
Flor de la tierra, alegría;
pero apareció un poblano
y robándole su mano
desbarató su hermosura,
dejándola en amargura
y la soledad del llano.
Y fue el tiempo arrempujando
la vida se puso seria;
un día el hambre, la miseria,
el alambre iba cercando.
Y así, una tarde llorando
dejó su pobre rincón,
y llegó a una población
donde trabajó de empleada,
sometida y explotada
en la peor condición.
Sin embargo no se hundió
su barca en la lontananza.
Sacó fuerzas y esperanza
y a sus hijos levantó.
A todos lo educó
con el mayor sacrificio,
con el rigor de su oficio,
de formidable mujer,
y no se dejó caer
al fondo del precipicio.
Era del campo y lucía
Faustina, la
flor temprana;
después se llenó de canas,
de recuerdos y poesía.
Hasta morir combatía
lo injusto del mundo cruel.
Ella sembró en su vergel
el trabajo y la templanza,
y en su tumba que descansa
por eso nació un clavel.