viernes, 13 de septiembre de 2013

Comentarios de Ariel Barría, a la novela "En Ese Pueblo No Mataban a Nadie"

UNA NOVELA ES COMO UNA COLINA
Presentación de la nueva edición de la novela
En este pueblo no mataban a nadie, de Carlos F. Changmarín

Ariel Barría Alvarado
IX Feria Internacional del Libro
Panamá, 24 de agosto de 2013

 

Hay varias formas de leer una novela, como hay varias formas de subir una colina. Por ejemplo, se puede subir a una colina para hacer ejercicio, para admirar el paisaje, para orientarse en medio de un terreno amplio, para respirar aire más limpio, o simplemente porque la colina está frente a nosotros y no queda otro remedio… Aunque también se puede hacer todo eso a la vez, a medida que se llega a la cima de la colina.

Leer una novela es lo mismo. Se puede leer por simple divertimento, para cumplir una asignación académica, para ampliar el vocabulario, para conocer mejor el medio en que nos desenvolvemos, para descubrir los trebejos que emplea un escritor en su oficio, para entender una etapa histórica o literaria en particular, o para ser mejores personas. Y de acuerdo con ese orden, cada motivación de la lectura es más exigente que la anterior.

A menudo, cuando leo, yo siento que recorro todos esos motivos al mismo tiempo, y eso resulta particularmente cierto cuando leo a Changmarín, y lo he vuelto a sentir cuando releí En ese pueblo no mataban a nadie, obra que este año se presentó como parte de los festejos por el aniversario 75 de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, en junio pasado.

Pienso que no hay en Panamá quien no estime como de gran valía el significado de ese templo del saber, y valore en su justa medida el conjunto de aportes que se han volcado en todo el país desde estas aulas fundadas bajo la administración del presidente Juan Demóstenes Arosemena sobre un mítico descampado llamado por los lugareños “El Llano de las Batatillas”.

Y ya que evoco el concepto de mito, me permito recordar que bajo esta concepción solo recaen hechos que una buena parte de la humanidad considera como propios y, en consecuencia, valiosos, a veces implicando en su tejido algún elemento divino, mágico, o heroico en gran medida cuando se refiere a seres humanos.

Aparte de su valía concreta, innegable, un cúmulo de cualidades que son parte ya del imaginario popular y, en consecuencia, de la literatura, alcanzan a la Escuela Normal hasta el presente, y de esta forma se reflejan en la novela de Changmarín, que se ofrece otra vez al público en esta Feria del Libro, en nueva edición, y donde se afianza la presencia del plantel normalista como un factor intrínseco a la historia de Veraguas, en particular de Santiago, desde donde irradia a toda la faz nacional.

Para quienes entran en el medio literario, con intenciones de producir un texto valioso, uno de los dilemas que parecen más infranqueables es el de promover en su obra acciones, tiempos, personajes, que sean universales, es decir, que permitan ser comprendidos y apreciados en cualquier latitud.

Algunos piensan que eso equivale a hablar solo de las calles de París, de las torreas de cristal y acero de Nueva York o de los canales de Venecia siempre prestos al lance amoroso. Solo vienen a caer en cuenta de su yerro cuando se les recuerda cuán universal es el garcimarquiano pueblo de Macondo, a pesar de ser un villorrio colombiano ignoto y medio fantástico, o cuán universales pueden ser las torres eclesiales y los árboles aldeanos del poema “Patria” de Ricardo Miró, o bien los sensuales mangos taboganos a los que cantara Sinán.

En efecto, cuando Mario Augusto Rodríguez (1917-2009), tan ligado también a las aulas normalistas, describe el lento ascenso de la fragorosa carreta:

Se lamentan, chirriando, las dos ruedas
de marchar por veredas pedregosas.
Gimen las pobres bestias despaciosas,
pero siguen venciendo las veredas.

no hay en estos versos menos universalidad que en Juan Ramón Jiménez (1881-1958) cuando nos describe a un inefable borrico con estas palabras cargadas de poesía: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.

Y a medida que leía En este pueblo no mataban a nadie, de nuestro Changmarín, presentía planear en toda su envergadura las alas de la universalidad en las páginas aquellas que describían al “Llano de las Batatillas”, sobre el que se levantó la Normal, con palabras tomadas de paradigmas universales, atávicos, tan propios al ser humano como sus más acendrados sobresaltos:

“Después de la guerra del llano… nada más nacieron allí las in­útiles batatillas que dan flores, entre lila y campánula y además emergió la leyenda pálida y azulenca de la luz del llano. Emergía en las noches friolentas del lluvioso mes de octubre; la luz titi­laba a campo traviesa, con un contorno verde azul, su expresión huidiza, el halo intermitente y casi pavoroso. De pronto los caballistas, al cruzar el llano de la guerra y los difuntos, sentían el pánico de los destellos de incandescentes manos de soldados muertos o culebras de luz, que trepaban por las patas de los animales… ¡Ave María Purísima!...”

Esa célebre luz que emergía en estos llanos míticos como ya dije, fue interpretada de muchas maneras, aunque prevalece la evocada por Mario Augusto, que vio en ella la luz del saber, la llama errante que encontraría forma concreta en este vivero de educadores.

Changmarín labra la novela que se ofrece en nueva edición, y que tanto alude a la Escuela Normal, de un tronco duro pero siempre floreciente, que es el de los saberes populares, cuyos brotes suelen surgir del lado contrario en que se alzan los de la historia oficial, quizás muy de cara al sol pero no por eso más genuinos.

En ese cúmulo de consejas, de expresiones soltadas en voz medida, no solo pululan historias de fantasmas y abusiones, de melancólicos y errantes padres sin cabeza que recorrían las calles en busca de un amor perdido; también hay personajes, prototipos de los que solemos ver en la realidad con sus discursos y ditirambos, con sus poses de matones o sus explosiones de soberbia, con sus miedos disfrazados, con sus anhelos de cambiar el mundo a su manera, y junto a ellos, las clases dominantes y las dominadas, los amores consumados y los anhelados, los excesos de cualquier tipo, los héroes y los villanos que siempre han sido y siempre serán mientras esto se llame mundo.

Changmarín tiene lo que debe tener todo escritor, en particular si aspira a ser un buen escritor: gran oído, buena vista, excelente memoria y, claro, un lápiz afilado para saber contar todo como lo merecen la literatura y los lectores.

Con su oído capta las expresiones esenciales del pueblo, de las gentes de todas las capas, porque en esta novela desfilan desde pobretones hasta potentados, desde curas hasta tinterillos, y desde beatas hasta casquivanas. Y en cada expresión de ellos uno siente que late la persona evocada con ese personaje.

Como en esos efluvios de aire caliente de los que se vale el Capi Ruiz al exponer sus discursos, y que le dan presencia genuina, distintiva, al personaje:
“—Soy anarquista y visigodo, además, ustedes, no valen un sebo… No saben un carajo”.

Con su vista capta los contornos de su medio, los recoge y los transmite en sus descripciones, y nos puede contar cómo eran otros tiempos, o como son los sucesos que ocurren y que, aunque conocemos, nos encanta ver reproducidos con otras palabras. Hay tantos en esta obra, pero solo recojo estas breves líneas sobre un aguacero de nuestros campos:

“El aguacero vino… con la brisa pálida del sur; primero fue el amago desperdigado de goteras, un cierto barrejobo. Después, el crujir de los roncos truenos lilas sobre el piso de madera del cielo. Los chiquillos solían decir que había un gran entablado arriba de las nubes, sobre él rodaban bolas de cristal descomunales, y trompos gigantescos, que al correr y desenrollarse producían tales ruidos y ecos mundiales”.
Con la excelente memoria nos puede decir lo que ocurre, lo que ocurrió e incluso lo que ocurrirá. Y eso hace Changmarín al rememorar para nosotros, también en boca del sabelotodo Capitán Ruiz:
“En este pueblo no matan a nadie… pero una vez, tiempos pasados, se ultimó a mucha gente en las viejas guerras y por eso… el abuelo del gran poeta Rubén Darío, huyó de acá hacia Nicaragua… Y nos perdimos ese poetazo… Ustedes, aprendices de pedagogos, estoy seguro de que algunos profesores no les han explicado que los pedagogos eran simples esclavos, en el Imperio Romano, a quienes los patricios confiaban la llevada de sus hijos a los gimnasios, donde recibían las enseñanzas. Agarren esa; tomen nota, porque la educación… no solo está en la aula, sino en la vida misma”.

Y quién puede negar que en Changmarín tenemos una de las plumas más aceradas del Istmo, la misma que en esta novela, sin mencionar nombres pero dejando en todo momento que podamos intuir de qué y de quiénes trata, desnuda las componendas políticas, los fraudes, las mañas y las zancadillas políticas, que ya entonces florecían con la misma fertilidad de las “inútiles” batatillas del llano, y que a pesar de tanta denuncia se mantienen vivas hasta el presente.

Porque a pesar de que en esta novela, los acontecimientos políticos se refieren a una etapa específica, en el extremo final de la década de 1930, y en torno a aquel 5 de junio de 1938, el rejuego de ideales, intereses, compromisos políticos y económicos en torno a la creación de la Escuela Normal son expuestos bajo una luz crítica que trasciende el propio prisma del autor y el espacio que constituye el denominado cronotopo de la obra.

En efecto, en discordancia con las voces que exaltan al presidente que llevó a cabo esta gran obra, el autor pone sobre el tapete los grandes males que azotaban al país por ese entonces, y que lo siguen azotando, por causa de gobernantes que no entienden la trascendencia de su misión y por subalternos que abanican toda acción de su parte, por más deleznable que sea, con el simple fin de que lleguen a su boca o a su bolsillo unas míseras prebendas.

Obra literaria estimable, muestra panameña de lo real maravilloso con sus propios espectros inefables y sus lluvias de peces, bisturí de un momento social y político, páginas anecdóticas cuajadas de gracejo popular, álbum de estampas, crónica de un momento en la vida nacional, testimonio de un gran paso que ayudó a la nación a vestirse con pantalones largos, Changmarín, Veraguas, La Normal, Panamá… hay tantos motivos para leer esta novela como motivos tendría uno para ascender a una colina, y no me atrevería a recomendarles una, porque, como dije al principio, yo la disfruté en todas sus facetas, y no dudo que con ustedes pasará igual.


Largos años a Panamá libre, democrática, soberana –y ojalá que más justa para todos sin que eso sea vana promesa electorera–, largos años a la memoria de Changmarín. 





FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO 2013



La FUNDACIÓN CHANGMARÍN participó el sábado 24 de agosto pasado, en la IX Feria Internacional del Libro, con la presentación de la segunda edición de la obra 
"En ese Pueblo no Mataban a Nadie", del escritor panameño Carlos F. Changmarín. 




Comentaron la obra, el escritor Ariel Barría y periodista Modesto Tuñón, bajo la moderación de Abril Chang de Méndez de la Fundaciòn Changmarín.







Ariel Barría expresó  que :
"Changmarín tiene lo que debe tener todo escritor, en particular si aspira a ser un buen escritor: gran oído, buena vista, excelente memoria y, claro, un lápiz afilado para saber contar todo como lo merecen la literatura y los lectores. 
Con su oído capta las expresiones esenciales del pueblo, de las gentes de todas las capas, porque en esta novela desfilan desde pobretones hasta potentados, desde curas hasta tinterillos, y desde beatas hasta casquivanas. Y en cada expresión de ellos uno siente que late la persona evocada con ese personaje.

.....  Con su vista capta los contornos de su medio, los recoge y los transmite en sus descripciones, y nos puede contar cómo eran otros tiempos, o como son los sucesos que ocurren y que, aunque conocemos, nos encanta ver reproducidos con otras palabras. Hay tantos en esta obra..."  



 El público asistente a la Feria acudió a la invitación de la Fundación Changmarín para compartir y conocer  más acerca del legado literario del autor.




La presentación de la Novela sirvió de escenario para que admiradores de la obra artística de Changmarín compartieran cantos y versos de su autoría. 


Ing. Carlos Laguna de la Fundación Laguna 
destacó su admiración por la obra literaria de Changmarín 
y compartió un verso de la Décima "Quiero sembrar un Maíz".







 

















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