Me gusta a mí el clavel,
pues me recuerda
aquellos días del campo,
con mi abuela.
De todos los colores
tenía en viejas cazuelas.
Solía venir al pueblo,
así, con su pollera
y su par de claveles
rojos en las orejas.
pues me recuerda
aquellos días del campo,
con mi abuela.
De todos los colores
tenía en viejas cazuelas.
Solía venir al pueblo,
así, con su pollera
y su par de claveles
rojos en las orejas.
Ahora, pobre Martina!....
está, ya casi muerta...
No hay clavel que perfume
la choza desierta.
Sin embargo, en la mañana,
me tocan la puerta.
Es la niña: tun, tun...
que me trae las violetas.
Con su ramo en las manos,
viene la vida fresca.
De la planta marchita
brota la planta nueva.
Y ésta es la vida triste;
la vida misma es ésta.
Si por la abuela lloro;
yo canto por la nieta.
Parecen ser distintas
y son flores idénticas.
Ya trepa con el sol
y me llama a la puerta.
Con su tun-tun
de besos grita la violetera.
Yo escucho en su canto
mis sonrisas primeras,
y en sus ojos chispeantes
brilla alegre mi abuela,
con todos sus claveles
y su limpia pollera.